miércoles, mayo 04, 2005

Reitero:

"La bonita ultraviolencia que nos mataba de risa"

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Llevada a la gran pantalla por el metódico, al unísono que brillante Stanley Kubrick, representa una adaptación de la polémica novela, del mismo título, publicada por Anthony Burgess en el año 1962. La naranja mecánica supone una apología indómita e hipócrita a la más recalcitrante ultraviolencia. Durante el desarrollo del film varios son los elementos que se critican de manera subrepticia: entre líneas se pueden analizar diatribas varias: al Estado, a la familia, a la Iglesia, a la juventud y su prerrogativa a la violencia gratuita; o a la propia y sombría naturaleza humana; un corpus suculento que lleva a frotarse las manos al más sumiso de los sociólogos, y al espectador a la sugestión absoluta.
La cinta gira alrededor de una especie de leviatán llamado Alex de Large (Malcom McDowell) y de su incontenible afición al mete-saca (sexo), al vino rojo (sangre), a la violencia y a la música de Ludwing Van (Beethoven), que lo convierten en un digno representante de la anomia individual. Acicalado con sombrero negro estilo bombín, ceñido traje blanco, coqueras protege testículos a modo de púgil, y sus botas Doc Martens, el astuto Alex, caracterizado por su despótico talante “georgebushiano”, y su banda de autómatas drugos van sembrando el caos, desafiando las reglas del todopoderoso y maquiavélico Estado. Las noches son largas en un psicodélico antro llamado lácteo Bar korova, libando leche-plus, un derivado del ADSL con poderosos efectos lisérgicos, y elucubrando las fechorías de esa noche. Su actuar es un canto a la teoría del mono asesino: Un mendigo al que apalear; una joven a la que violar; una casa que asaltar o una carrera suicida en dirección prohibida, con su bólido Durango 95, son sólo algunas de las praxis delictivas de este camorrista y su panda. Todas con un único fin: "La bonita ultraviolencia que nos mataba de risa"
El operar de Kubrick y el resultado final no dejaron lugar a la duda. Sus intenciones fueron claras: supracontrovertir la ya controvertida obra de Burgess y para ello no escatimó en recursos: mutiló el capítulo 21 del tratado original (al igual que hizo en su época la editorial norteamericana que publicó la novela), ese en el que el protagonista madura y deja atrás su vena radical y transgresora. La violencia ya lo hastía, y la observa como algo pueril. Sus miras sustituyen ahora la destrucción por la creación. Alex desea dar un sentido a su vida, atisbo de cambio, elemento el cual para nada se observa en el capítulo veinte, aquel con el que concluye la película y el libro en su versión norteamericana (en el resto del mundo, vía exportación británica se publicó la obra íntegra, con sus 21 episodios) con una aterradora cita: "Sin lugar a dudas, me había curado" y estaba rehabilitado para volver a ejercer la maldad.
Burgess, por su parte, contemplaba esta acción del cineasta con sentimientos encontrados. Argumentó que el cambio moral que simbolizaba el capítulo 21 del libro era demasiado suave y blando, y suponían una traición para los intereses de Kubrick y de su editor neoyorquino. Esto le escamó en cierta medida. Afirmaciones del propio autor ejemplifican la tesis: "Mi libro era kennediano y aceptaba la noción del progreso moral. Lo que en realidad se quería era un libro nixoniano sin un hilo de optimismo –para añadir- La Naranja norteamericana o de Kubrick es una fábula; la británica o mundial es una novela" . Sin embargo, igualmente reconsideraba su postura al mirarlo por el lado positivo debido a la gran fama que el film concedió a su escrito. El escándalo en el que estuvo envuelta la película se tradujo en ventas masivas del mismo; diversas tesis universitarias, peticiones de dramaturgos japoneses para sintetizarla en obras de teatro noh, o análisis en facultades a lo largo del orbe son los manjares que le granjeó a este autor la adaptación de su texto al celuloide.
Kubrick, con su sistemático y particular estilo, recreó en esta filmación, nuevamente, varios elementos que pondrían ser considerados, objetos de culto e interés, indispensables en su trayectoria, como son la nebulosa condición humana; o el intento de adelantarse, a veces de manera desfasada (discos de vinilo en esta ocasión) a la sociedad de su tiempo. En el film, además, se fusionan las ya aludidas escenas violentas, con otras incluso humorísticas, como la sesión de mete-saca desenfrenado entre el joven Alex y dos damas bajo los acordes acelerados de la obertura de Guillermo Tell.
La sucesión centellante de acontecimientos se sucede hasta que en una de sus múltiples bellaquerías el joven Alex, traicionado por su séquito, es detenido y condenado por el asesinato de una mujer. En el interior de la cárcel, con el alias de 655321 (su número carcelario), debido a su buena conducta e interminables lecturas bíblicas se gana el favor del sacerdote, y en un visita del Ministro del Interior consigue ser aceptado, a cambio de saldar su deuda con la justicia, para someterse a una cura experimental en el Instituto médico Ludovico donde se le somete a un aberrante tratamiento behaviorista para mutilar su reflejo criminal. Tras ser dado de alta, el joven Alex, es devuelto a la sociedad, recuperado, pero siendo ahora una víctima triste y atroz del sistema y sobre todo de muchos de los que a otrora él maltratara (y paradójicamente de sus ex compañeros drugos metidos a policias) que se toman cumplida revancha.
La actuación de Malcom MacDowell en el papel principal es inmensa. Se dice que hay actores que nacen para desempeñar un personaje y éste podría ser el caso. El inicio del film, bajo un inquietante acompañamiento musical, una perturbante pantalla roja y un primer plano del rostro, amenazante de Alex, con su sombrero negro, y su pestaña postiza en el ojo derecho le da una génesis potente a la cinta. Secuencias tremebundas como el allanamiento de la casa, con paliza al marido escritor (Patrick Magee) a ritmo del “Cantando bajo la lluvia” y la humillante violación de la mujer (Adrienne Corri) o la escena que le vale el ingreso en prisión a Alex, donde tras jugar malévolamente con la dueña en el interior de una finca de reposo la asesina inmisericordiosamente tras golpearla con una escultura fálica.
La naranja mecánica fue (y aún sigue siendo) un film poderoso que vertió ríos de tinta y ejercicio una influencia brutal en la sociedad de la época y en los años posteriores. Kubrick buscó, con una campaña de marketing sugerida por el mismo, el eco social y vaya si lo consiguió, tras 61 semanas en cartelera, la película se retiró en Gran Bretaña por el gran debate social que supuso; y no volvió a exhibirse hasta poco después de la muerte del director. Kubrick, en aquel entonces, y acosado por la gran presión pública, que lo culpaban de apologeta de la violencia y el caos, debido a una cadena de homicidios y brutales actos vandálicos cometidos por jóvenes que se asociaron a la emisión de la película, recibió amenazas de muerte y se vio obligado a ejercer sus influencias, consiguiendo que la Warner retirara la cinta de la distribución en el Reino Unido. Un hecho, este último, que por poco habitual y circunscribiéndonos a la vieja jerga cockney londinense utilizada (mezclada con ruso) en el film nos podría sugerir la siguiente aseveración: ¡Esto es más raro que una naranja mecánica!
Título: La naranja mecánica, A clockwork orange (1971) País: GB (Hawk, polares, Warner Bros Idioma: inglés Duración: 137 minutos Dirección: Stanley Kubrick Producción: Stanley Kubrick Guión: Stanley Kubrick, basado en la novela de Anthony Burgess Fotografía: John Alcott Música: Nacio Herb Brown, Walter Carlos, Rachel Elkind, Edward Elgar, Gioacchino Rossini, Ludwing van Beethoven, Henry Purcell, Nikolai Rimsky-Korsakov Intérprete: Malcom McDowell, Patrick Magee, Michael Bates, Warren Clarke, John Clive, Adrienne Corri, Carl Duering, Paul Farrell, Clive Francis, Michael Gover, Miriam Karlin, James Marcus, Aubrey Morris, Godfrey Quigley, Sheila Raynor Nominaciones al Oscar: Stanley Kubrick (mejor película); Stanley Kubrick (director); Stanley Kubrick (guión); William Butler (montaje)

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