viernes, septiembre 23, 2005

Como cuando me tiraba con el cochito de pedales…

Retrocediendo en el tiempo al año 1996, Juegos Olímpicos de Atlanta: un recio negro, de feo estilo, forjaba una marca sideral: 19.32 segundos en 200 metros lisos.

Lo que he sentido en los últimos meses se resume en una palabra: presión. Me he visto en las portadas de todas las revistas, me han llamado de todas partes, me han visitado en casa, me han llamado para decirme que no me preocupe por la presión y así han añadido más presión. En los últimos días la presión aumentó, pero a mí me gusta la presión. Me gusta estar asustado y nervioso. Las mejores cosas las he hecho siempre bajo presión.

Todo mi trabajo desde que salí del colegio universitario, todos los entrenamientos, todos los sacrificios y dolores, todas las cosas que han ocurrido estaban encaminados a conseguir esto, precisamente esto. Entrar en la historia del atletismo.

El record del mundo no es lo más importante. Hay un montón de gente que puede decir que tuvo el récord del mundo. Se baten para ser batidos de nuevo. Lo importante es que soy el primer atleta en la historia que ha ganado los 200 y 400 metros.

Me tropecé en los tacos en la cuarta zancada. Quizás perdí un par de centésimas. Salí fuerte, concentrado en trabajar con mis brazos y relajarme. Entre los 80 y 90 metros creí estar ya en control. Tenía que resistir, pero ya confiado. Y, a falta de quince metros, sentí un pinchazo, creo que es una cosa leve.

Cuanto tengo que correr dos carreras al día es estupendo. Todo nuestro programa de entrenamiento está destinado a días con múltiple4s carreras. La gente está contenta con lo que ha visto. Pero verían el espectáculo real en uno de nuestros entrenamientos.

- ¿Nos podría explicar qué se siente al realizar una gesta como esta?

Mi padre me compró un cochecito de pedales cuando era un crío y nos tirábamos cuesta abajo cerca de casa. Sólo puedo compararlo con esa sensación. Es una gran emoción y placer.

Foro: http://boards4.melodysoft.com/app?ID=al190278

miércoles, septiembre 21, 2005

¿Qué es un premio?

La literatura como una utopía...

La concesión de un premio crea una situación inusitada. Quienes lo otorgan están obligados a creer que su decisión ha sido la óptima. Quienes lo aceptan están obligados a creer que se lo merecen. Ambos supuestos, en una circunstancia determinada, podrían ponerse en entredicho. Estos discutibles supuestos son aún más dudosos si el premio no se otorga a una actividad cuyo mérito puede medirse con más o menos objetividad, como el deporte o la ciencia, sino al dominio de la cultura, las artes y el pensamiento.En éste, el mérito parece resistir la medición objetiva. En efecto, parece que, en las artes, el único juicio seguro es el de la posteridad; con ello quiero decir el juicio emitido dos o tres generaciones después de que la obra está concluida y su autor ha desaparecido.Mueve a la humildad saber que, de todos los libros encomiados, de los libros tenidos por parte genuina de la literatura, y publicados, digamos, en cualquier decenio en particular -nunca más de cinco a diez por ciento de las novelas, la poesía y el ensayo serios publicados en el periodo-, sin duda no más de uno por ciento en efecto perdurarán, es decir, su interés será permanente, parecerán valiosos, aún los disfrutarán las generaciones venideras y merecerá la pena leerlos y releerlos. Nadie puede predecir el juicio de la posteridad -que en última instancia es el único que cuenta- acerca de una obra literaria o artística en particular. Por lo que en este sentido toda distinción en el ámbito de la cultura sólo puede expresar un reconocimiento condicional que espera su confirmación o refutación posterior. No obstante, esos galardones nos parecen menos problemáticos si pensamos que manifiestan algo más que reconocimiento o fe en los logros de cualquier escritor o artista. Manifiestan una fe en la propia actividad.Por lo tanto, la mejor reflexión que puede hacerse sobre un premio literario significativo es que afirma la importancia, la gloria (si se me permite una palabra tan grandilocuente), de la literatura misma. Éstas son al menos mis reflexiones en ocasión tan destacada, en la que he sido distinguida como una de las dos merecedoras del Premio Príncipe de Asturias de Letras.Cuando pienso en la literatura, en la infinitamente diversa aventura de afanarse con el lenguaje para contar historias y transmitir el conocimiento profundo en el que me he anclado, comprometido, durante toda mi vida como persona moral y consciente, pienso en un amplia escala de valores que en realidad son metas o modelos con los cuales juzgo mis actividades personales y literarias.En un sentido, el empírico o fáctico, la literatura es meramente la suma de todo lo escrito y tenido por literatura. En otro sentido, el ideal, la literatura es la suma de todo lo que mejora, enaltece y hace más necesaria la actividad literaria.En esta segunda y más valiosa acepción, la literatura honra -y representa- metas ideales en sentido estricto. Es decir, nunca alcanzadas del todo. Sin embargo, son aún más irresistibles y ejercen mayor autoridad como ideales precisamente porque resulta muy difícil mantenerlos.Alguien podría rechazar, como una suerte de enternecedor disparate, lo que me propongo encomiar aquí. Pero yo no lo veo así en absoluto. Estas normas morales, estos ideales, no son una ilusión.Imaginemos la literatura como una utopía... un lugar en el que imperan los modelos más encumbrados, casi inaccesibles. Se pueden deducir unas cuantas normas de una interpretación determinada de la literatura, de la que importa, que sigue importando durante decenios, generaciones y, en pocos casos, durante siglos. Ésta es mi utopía. Es decir, aquí están los modelos que infiero o me parece que sustenta la empresa de la literatura.
Uno. Las actividades literarias (la escritura, la lectura, la enseñanza) son una vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple carrera, una profesión, que se sujeta a las nociones comunes de "éxito" y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje.
Dos. La literatura es una arena de logros individuales, de méritos individuales. Esto implica que no se confieren premios y honores al escritor porque representa, digamos, a las comunidades débiles o marginadas. Esto implica que no se hace uso de la literatura o de los premios literarios para respaldar fines ajenos a ella: por ejemplo, el feminismo. (Hablo como feminista.) Esto implica que no se reparten recompensas a los escritores como medio de pagar consecutivo tributo a la diversidad de las identidades nacionales. (Así es que si los mejores tres escritores del mundo son, por ejemplo, húngaros, entonces lo ideal es que los jurados de los premios no se inquieten porque los húngaros reciben demasiados galardones.)
Tres. La literatura es primordialmente una empresa cosmopolita. Los grandes escritores son parte de la literatura mundial. Deberíamos leer a través de las fronteras nacionales y tribales: la gran literatura debería transportarnos. Los escritores son ciudadanos de una comunidad mundial, en la que todos aprendemos y nos leemos los unos a los otros. Si consideramos que cada logro literario significativo es, en última instancia, parte de la literatura del mundo, nos hacemos más receptivos a lo foráneo, a lo que no es "nosotros". El poder característico de la literatura es que nos deja una impresión de extrañeza. De asombro. De desorientación. De que nos encontramos en otro lugar.
Cuatro. Las diversas pautas de excelencia literaria, en el seno de las literaturas en todos los idiomas y en la gama entera de la literatura mundial, son una lección cardinal sobre la realidad y la conveniencia de un mundo que aún es irreductiblemente plural, diverso y variado. El mundo pluralista actual depende del predominio de los valores seculares.Es posible, desde luego, exponer lo que denominamos modelos de un modo más enérgico (y acaso más controvertido), como antipatías, como negativas. Así es que, para enunciar de otra manera lo que acabo de decir:
Uno. Desprecio a los valores mercenarios.
Dos. Aversión a hacer uso principalmente instrumental de los escritores; por ejemplo, celebrar a los autores sobre todo en calidad de representantes de comunidades que se imaginan marginadas, con el fin de manifestarles su apoyo.
Tres. Cautela ante el filisteísmo cultural que se encubre con la aplicación de los valores democráticos en materia literaria. Desconfianza permanente de las afirmaciones nacionalistas y las lealtades tribales.
Cuatro. Eterno antagonismo contra las fuerzas represivas y la censura.Estos son en efecto valores utópicos. No se han cumplido. Pero la literatura, la literatura en su conjunto, aún los encarna. Aún estimulan a los escritores. Aún nutren a los lectores, a los verdaderos lectores. Y es también lo que celebra todo premio literario importante. Por estos valores me honra que la Fundación Príncipe de Asturias me haya elegido como una de las galardonadas con este destacado premio. Susan Sontag.
Foro: http://boards4.melodysoft.com/app?ID=al190278

“¡Dientes, dientes!: Que eso es lo que les jode”

¿A qué hora pasa el barco que va para Serrano?

sábado, septiembre 17, 2005

...

Extracto sacado de una entrevista que servidor realizó hace un año a un famoso e importante psiquiatra local: “… pero eso (la reclusión característica del enfermo frente a la sociedad) solo es combatible cambiando la mentalidad de la gente. ¡Qué ya he mejorado mucho, ehh! En mis tiempos, cuando yo estudiaba Psiquiatría, viví una etapa regresiva. La gente vía normal que el esquizofrénico tenía que estar encerrado (…) Se les practicaba lobectomías cerebrales. Se abusaba, además, del electro choque. Existían, por ejemplo, las cadenas, habían ganchos en las paredes del psiquiátrico donde se ponía una argolla y de esta salía una cadena que rodeaba la cintura del paciente que estaba allí horas y horas, e incluso días, según lo estimara el médico oportuno. Se le echaba de comer en platos de hierro o aluminio por debajo sin abrir la puerta como en una celda, como si fuera un animal; y el enfermo comía con la boca porque se pensaba que con una cuchara o un tenedor podía matar a alguien. Se ha evolucionado muchísimo”

BanglaDesh. Año 2005.

Foro: http://boards4.melodysoft.com/app?ID=al190278