sábado, junio 25, 2005

Son de mar

“Del profundo mar en calma salen dos serpientes de inmensas espirales, por encima de las olas levantan su creta y su pecho, mientras el resto de su cuerpo, se desarrolla a flor de agua; una de ellas ahora me aprisiona en medio de dos vueltas y me oprime con el doble anillo del amor y yo intento romper su nudo”

miércoles, junio 15, 2005

¡Qué rápidoooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!

¿Habéis visto alguna vez a un tipo que es capaz de correr de 12 a 14 metros en un segundo?

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Se llama Asafa Powell y ha ubicado el record mundial del hectómetro en unos estratosféricos 9.77 segundos, en carrera disputada en Atenas

miércoles, junio 08, 2005

¿Con quién puñetas crees que estás hablando?

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Taxi Driver simboliza la detonación cinematográfica por excelencia del dueto Scorsese-De Niro y nos muestra el paréntesis mental de Travis Bickle (el propio De Niro), un ex marine neoyorquino que, acuciado antes sus acentuados problemas de insomnio, decide hacer de taxista intentando mantenerse ocupado en sus desveladas y claustrofóbicas noches.Farmacoadicto, solitario y ya dentro de su profesión, al volante de su taxi, recorre hastiado las calles y los bajos fondos, ante lo que describe como: " (…) Bichos de todas clases: furcias, macarras, maleantes, maricas, lesbianas, drogadictos, traficantes de drogas. Tipos raros. "

El guión de la cinta fue escrito por Paul Schrader, en un proceso de inspiración que, debido a su naturaleza, se podría describir como sumamente estimulador: una profunda depresión previa ruptura matrimonial y ulterior proceso alcohólico que lo sugestionó a idear al maniático Travis Bickle. A colación de esto e interpelado sobre su musa, Shrader definió, tiempo atrás, sus intenciones con una cita propia que dejaba bien claro el arquetipo de espécimen escudriñando para este papel: "Cuando un japonés se venga abajo, cerrará la ventana y se matará; cuando un (norte) americano se venga abajo, abrirá la ventana y matará a algún otro."

Al respecto de la singular profesión del protagonista, procedente “per se”, la sapiencia popular define a diversos gremios en un registro de proto-científicos sociales. Me explico: Un taxista, un peluquero, un limpiabotas, generalmente son tildados como individuos que cuentan con información clasificada y una capacidad pasmosa de lectura urbana. Psicosociólogos sin título en toda regla. Aquí nos encontramos ante un sujeto como Bickle que representa y posee esa viveza, pero en su ámbito más negativo, no una locura benévola como la que nos enseña Mel Gibson en “Conspiración”; en este caso, todo lo contrario: un tipo que divaga en esa sociedad, que forma parte de esta, pero que al unísono está totalmente incomunicado para con ella. La odia: "Algún día llegará una verdadera lluvia que limpiará las calles de esta escoria", sin embargo, equivalentemente balbucea pequeñas ráfagas de empatía: "No creo que uno deba consagrar su vida al cuidado de uno mismo. Pienso que también debe darse uno a los demás" y por ende, hace intentos vanos en integrarse a dicha sociedad como un antídoto a su recalcitrante soledad: una cita con una hermosa chica, a la cual ha sublimado, la bella Betsy (Cybill Shepherd), que lo rechaza por el errado destino de su primera cita: un cine porno. Sentimientos topados, ambivalencias y contradicciones: su adicción a la causa del candidato Palantine para luego aborrecerlo e intentarlo asesinar o, por mencionar otro ejemplo, su rechazo a la prostitución cuando vive en un mundo desbordadamente pornográfico.

El director Martin Scorsese demuestra, una vez más en este film, sus sobresalientes dotes como rector de las emociones del espectador. Con una larga trayectoria compendiada en destacados filmes como “Malas Calles” (Mean Streets, 1972); “Toro Salvaje” (Raging Bull, 1980); “El rey de la comedia” (The King of comedy, 1983); “La edad de la inocencia” (The age of innocence, 1993); “El cabo del miedo” (Cape Fear, 1991 ); “Casino” (1995) o la más reciente “Gansters de Nueva York” (Gangs of New York, 2002); Scorsese vuelve a mostrar un llamativo talento que lo convierten en un excitante director. Digno de destacar en su maniobrar es lo que él denomina “el punto de vista del sacerdote”: un enfoque del plano en picado, en una toma arriba-abajo que busca parangonar el plano de la cámara con la visión que tiene un sacerdote cuando se dirige a los suyos desde el púlpito. Si tenemos en cuenta la fallida vocación juvenil del aludido director como clérigo, y su ingreso en el seminario de su natal barrio de “Little Italy”, en New York, podremos intuir que este extraño bautizo “camarotécnico” no sea resultado de la casualidad. El ejemplo más claro para explicar esta técnica se observa en la escena post-masacre final, en un plano que recorre todo el estropicio sucedido en la habitación.

Determinadas escenas, por su significado capital y su brillantez dentro de la trama, merecen ser recalcadas. El inicio del film, y el trato que el director de fotografía Michael Chapman otorga al Taxi, entre el vapor y la nebulosa propia de la noche y bajo acordes con sabor a sórdido Jazz, recrean una perspectiva diáfana del contexto donde se va cortar el pastel. Un taciturno y algo más relajado Travis, que no discrima barrios ni clientes; sea el Bronx, Brooklyn, Harlem o pasajeros puertorriqueños y que se extravía en los diálogos banales de sus colegas; versus un alienado Bickle, que tras ser rechazado, muta dieta, hipertrofia sus músculos y se entrena en la pericia para desenfundar el revolver; todo ello con la consigna de ser: "Un hombre que va a cortar por lo sano" Asimismo, mucho se ha hablado acerca del ocaso del film y de la realidad o ficción de las escenas finales con los recortes de prensa en la pared donde los padres de la meretriz salvada agradecen a Travis su heroicidad, así como la carrera última de Betsy dentro de su Taxi.

Uno de los dispositivos en los que descansa el éxito de este tipo de obras es la atracción sobrehumana que crea en cualquier mortal de a píe la persuasión hacía lo moralmente prohibido, lo extraño, lo ilegal o como en este caso hacia las prácticas más descarriadas y enajenadas. Es aterrador siquiera especular sobre la existencia de un prójimo como Travis Bickle. Un engendro de la mecánica, compleja y estresante macrosociedad. Su neurológico vagabundear concierta con lo que podría ser un diagnóstico de libro de aquello que Bleuler y Kraepelin bautizaron y describieron como Esquizofrenia a principios del siglo XX; o como una nota de campo generada a partir de una tesis “durkheimiana” sobre la anomia y el suicidio: una alienación en toda regla. Por estas razones se podría deducir si el concepto de falta de sueño (siempre asociado a estas patologías) que detenta Travis en la filmación es una práctica premeditada del director.

Para darle lustre y credibilidad a algo tan complejo como lo narrado, era previsible que en todas las apuestas se barajara un mismo nombre. El niño de los ojos de Martin: De Niro, y este como no podía ser de otra forma estuvo a la altura. Si hay dos elementos que concretan el talento de éste actor son en primer lugar, su destreza camaleónica, y en segundo término, su excelencia interpretativa para dar vida a locos, descarriados, mafiosos o tipos duros. Lo vimos engordar 20 kilos caracterizando al boxeador Jake La Motta; ¿quién no recuerda su entrada en acción en “El cabo del miedo”, con cu cuerpo congestionado, supramusculado y tatuado, realizando una serie de fondos en las barras paralelas?, y aquí, igualmente, preparó el personaje a conciencia: obtuvo una licencia de taxista para meterse de lleno en la dermis de aquel. Asimismo, Scorsese le permitió a su pupilo alguna licencia. El afeitado, a modo de mohicano, pre-fallido atentado o sus diatribas desafiantes mientras realiza sombra ante el espejo son dos de los elementos sugeridos por De Niro durante el rodaje. Para el papel de la prostituta Iris, Scorsese se fijó, incluso contra la presión procedente de los círculos más conservadores, en una jovencísima Jodie Foster. Buscando evitar problemas acordó con la progenitora de la actriz, el que esta no iba a rodar ningún acto morboso.

Como explosiva filmación, Taxi Driver contó en su época con el beneplácito de espectadores y analistas, sin embargo ello no es óbice para remarcar que donde muchos vislumbraron una obra para la historia del séptimo arte, otros simplemente otean la grafía de un neurótico frustrado o una composición, caldo de cultivo para alimentar las más oscura y suicidas perversiones humanas. Para prueba un botón: tiempo después de su emisión, un desequilibrado con un “modus operandi” similar al seguido por Travis Bickle en este film, y buscando impresionar a Jodie Foster, intentó atentar contra el presidente Ronald Reagan. Durante el proceso de interrogación policial, John Hinckley, que así se llamaba el fanático, blasfemó: " ¿Taxi Driver? La he visto 20 veces" En descargo de De Niro, Scorsese o el propio Schrader señalar que, en ocasiones, ver 20 veces un film, sea cual sea, puede conllevar comportamientos neurasténicos. Por si acaso, veamos Taxi Driver solo 19 veces.

Título: Taxi Driver (1976) País: EEUU (Bill/Phillips, Columbia, Italo/Judeo) Idioma: Inglés Duración: 113 minutos Dirección: Martin Scorsese Producción: Julia Phillips, Michael Phillips Guión: Paul Schrader Fotografía: Michael Chapman Música: Bernard Herrmann Intérpretes: Robert De Niro (Travis Bickle), Cybill Shepherd (Betsy), Peter Boyle (El mago), Jodie Foster (Iris), Harvey Keitel (Sport), Leonard Harris (senador Palantine), Albert Brooks (Tom) Nominaciones al Oscar: Michael Phillips, Julia Phillips (mejor película), Robert De Niro (actor), Jodie Foster (actriz de reparto), Bernard Herrmannn (banda sonora) Festival de Cannes: Martin Scorsese (Palma de Oro)

lunes, junio 06, 2005

Cita

"Cuando un japonés se venga abajo, cerrará la ventana y se matará; cuando un (norte) americano se venga abajo, abrirá la ventana y matará a algún otro"
Paul Schrader

sábado, junio 04, 2005

Cita

“Si ví a mayor distancia, es porque me elevé sobre los hombros de gigantes”
Isaac Newton

Napoleón murió envenenado por la ingesta de arsénico

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Esta es una Muestra de algunos cabellos de Napoleón junto a un certificado de autenticidad en el laboratorio toxicológico del forense francés Pascal Kintz en Illkirch-Graffenstaden, cerca de Estrasburgo, Francia. Kintz ha probado con sus experimentos, que se han centrado en el análisis de cabellos de Napoleón Bonaparte, que el Emperador murió envenenado por arsénico.

viernes, junio 03, 2005

Ryszard Kapuscinski: reportero del tercer mundo

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Testigo del siglo XX
El primer país que conocí de América Latina fue Chile. Luego viaje por todos los países del continente. Era corresponsal de una agencia de prensa muy pequeña, muy pobre, que no podía tener periodistas en todos los países, entonces yo cubría toda América Latina.
Ya había hecho lo mismo en África y antes de eso en Asia. Allí me tocó participar, observar y escribir sobre actos de guerra, golpes de estado, de todos esos tensos eventos de la segunda mitad del siglo XX en el llamado tercer mundo.
Comúnmente se dice que fue el siglo de las guerras mundiales, de los sistemas, de muchas cosas negativas, pero no se menciona que el siglo XX pasa a la historia de la humanidad por ser el de la descolonización. Nunca antes en la historia surgieron en la escena política más de 50, 80 países y naciones del mundo independientes. Eso no estaba en el pasado de la humanidad y nunca se va a repetir.
Ese gran suceso estuvo acompañado de dos grandes eventos: la migración del campo hacia las ciudades (al inicio de siglo XX, la población urbana mundial era del 15 por ciento y hoy es del 75 por ciento) y el de la independencia política de las colonias o semi-colonias.
A mi me tocó, como periodista, ser un observador de esos grandes eventos migratorios en sentido físico y en sentido político. A eso dediqué toda mi vida periodística; a describir y a documentar estos dos fenómenos. Ya escribí 20 libros, de los cuales cinco han sido publicados en español, que se dedican a ese gran tema
En la piel del reportero
Para mi es fundamental que un reportero esté entre la gente sobre la cual va, quiere o piensa escribir. La mayoría de la gente en el mundo vive en muy duras y terribles condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho, según mi moral y mi filosofía, a escribir.
En ese último libro que va a salir en español, que salió hace dos años en Polonia, escribí sobre mis experiencias de cuando llegué a una aldea en África, en un país llamado Senegal. En esa aldea no había luz eléctrica, pero se podía comprar una pequeña linterna china que costaba un dólar, pero nadie allí tiene un dólar. Entonces, no había televisión, ni Internet, ni esas tecnologías.
Cuando llegaba la noche, la gente se juntaba desde las siete a contar sus historias, y era ese el momento más literario, más bello, más fantástico del día. Era toda una poesía. Por supuesto había que entender el idioma y todo lo que pasaba durante la noche. A las 10 u 11 de la noche a dormir y esto, para un reportero, ya era una experiencia realmente dura, porque era en casitas pequeñas de adobe y piso de pura tierra donde se acomoda toda la familia. Y toda la familia significa muchas personas.
La noche era muy caliente y era imposible dormir con la invasión de mosquitos y sin poderse moverse hasta que aparecía el sol a las 6 de la mañana. Era una experiencia bastante difícil, pero si no compartía con esta gente no vería de otra manera la vida de África. Si pasaba la noche en el Hilton o en el Sheraton no era consciente al escribir sobre sus vidas. Lo mismo pasa en las guerras. La profesión de reportero requiere, para poder escribir, que este tipo de experiencias se sientan en la propia piel.
La otra cosa que hago y que considero también importante para un reportero es viajar solo. Es importante ver el mundo que se investiga y penetra con los ojos propios. La presencia de otra persona influye sobre nuestra percepción del mundo. Sus gestos, sus comentarios, cambian esta limpia relación entre el reportero y el mundo que lo rodea.
Hace tres años hicimos un documental sobre África con un equipo inglés que por primera vez iba a ese continente. Recorrimos lugares apartados y cuando llegábamos a cualquier sitio llamaban desde sus teléfonos móviles a Londres. Viajaron conmigo tres meses pero, emocional y mentalmente, no estaban en África, todo el tiempo estuvieron en Inglaterra. Sólo hicieron su deber.
Para mi una de las características del reportero es la empatía, esa habilidad de sentirse inmediatamente como uno de la familia. Compartir los dolores, los problemas, los sufrimientos, las alegrías de la gente, que de inmediato reconocen si él está realmente entre ellos o si es un pasajero que vino, miró alrededor y se fue.
De la tecnología a la palabra
La utopía de los poderes de comunicación mundial es que con la actual tecnología se resuelve todo. Yo creo en esos avances tecnológicos, claros e importantes, pero no podemos perder la cabeza ahora, que en los medios de comunicación se ha acelerado nuestra profesión por el manejo de una información inmediata. Claro que una información inmediata hace al mundo muy rápido. Aunque esto no influye en el conjunto serio del periodismo de reportajes, de ensayo, de crónicas. Un periodista talentoso puede escribir todo en un pedazo del periódico, no necesita más que eso.
Yo fui a un país como el Congo, con una guerra de 50 años. Hablaba con la gente, veía un acontecimiento, un golpe de estado, buscaba información para tratar de entender lo que estaba pasando y luego formaba el cuadro de lo que me pasaba y escribía. Ese era realmente mi trabajo. Cuando estuve durante la masacre de Ruanda de 1994, llegaron muchos periodistas conectados por e-mail, por teléfonos, que no veían lo que pasaba allí. Ellos llamaban a sus jefes en Nueva York, Londres, Madrid, y estos les decían "necesitamos confirmar esto..., tenemos la noticia de que en ...". Ahí ya no eran independientes, ya no eran reporteros, solo seguían órdenes de sus jefes que ni siquiera sabían dónde quedaba Ruanda.
Los mejores reportajes los escribí cuando mi oficina central no sabía dónde estaba. Mi hábito fue tratar de huir de esta gente que no conocía la realidad del lugar donde me encontraba. Ahora, la preocupación de los medios de comunicación no es el cubrimiento, sino es la lucha entre ellos por la competencia. Ya no miran si pasó algo importante, miran donde están los demás para que no se les adelanten.
Al terminar el siglo XIX, cuando apareció el teléfono, se creía que la prensa escrita se acabaría, pero el teléfono sólo sirvió para su desarrollo. A principio del siglo XX, cuando apareció el cinema se dijo que había llegado el fin para la palabra escrita.
Luego cuando se desarrolló la radio también se dijo lo mismo, al igual que con la televisión, pero ya no hay discusión, la prensa sigue desarrollándose. Todos los medios solamente amplían el método de existencia de la palabra, de transmisión de la palabra. No se acaban unos a otros, se amplían.
Curso para navegantes de la globalización
La palabra globalización se empieza a utilizar después del fin de la Guerra Fría. La globalización es un problema muy difícil de discutir: con esta palabra se entiende un montón de cosas y se usa como en el arte se utiliza la palabra postmodernidad. Hay que empezar con la definición ¿Qué entendemos en este momento por globalización? ¿Qué hay detrás de esa definición? Sin esto no se puede discutir sobre el problema, porque cada uno tiene su propia definición: financiera, económica, política.
La globalización es un fenómeno contradictorio de dos corrientes distintas. Es un río de integración de toda la tecnología, el mundo financiero, los medios de comunicación, pero simultáneamente es otro río en dirección opuesta que lleva a la desintegración, con conflictos étnicos, con ambiciones regionales, con tendencias particulares, en una gran corriente que vive y se desarrolla en contra de la misma globalización.
En un seminario en Ayacucho (Perú) en el que participé el tema fue Globalización y Cultura Andina. Allí habían dos escuelas de pensamiento; unos decían que globalización era un sinónimo de la palabra imperialismo y los otros decían que era una tendencia existente, importante y productiva para la humanidad.
Hoy sentimos que algo está pasando y que tenemos una nueva conciencia de lo global, en temas como el agua y la contaminación del aire. Sin embargo, las fuerzas que participan en la globalización no están definidas, todavía son flotantes, no son precisas, no se han cristalizado. Entonces la lucha no va a ser sobre la existencia de la globalización, sino como utilizar este fenómeno para nuestros propios intereses y nuestros propios fines.
Periodismo con Cortina de Hierro
No fue fácil trabajar bajo el régimen socialista. Polonia era un país más pobre que Checoslovaquia o Hungría y para balancear esa situación teníamos más libertad que en Rusia. Muchos rusos aprendían polaco para leer nuestra prensa, porque comparada con la de ellos era libre. Incluso en los años 80, durante la época del movimiento solidaridad, nuestra prensa fue prohibida en la Unión Soviética.
En estos países socialistas había que conocer los complicados mecanismos de la censura. Había períodos en los cuales la censura era blanda y otros en los cuales es muy dura. Entonces, si uno tenía experiencia y conocía los mecanismos, sabía en qué momento podía publicar algo y cuando no.
Existían varios tipos de prensa, una era oficial que publicaba todo con censura en periódicos, radio y televisión. Pero teníamos dos prensas sin censura no oficiales, una clandestina y otra que se publicaba de manera restringida a dirigentes y funcionarios. Allí también se publicaba todo, porque a la clase dirigente le interesaba estar bien informada, por eso permitían publicar todo, aunque no se podía vender oficialmente el los kioscos sino a través de vendedores clandestinos. Luego pude salir del país y trabajar en Asia, África, América Latina. Entonces a nadie le importaba la gente de estos lugares y todo lo que pasaba allí. Yo nunca traté de ser corresponsal en los lugares de gran competencia como París, Madrid, New York o Roma. Nadie quería ir a arriesgar la vida para escribir sobre la guerra de Angola, así que yo no tenía competencia. Yo escribí un libro que se llama El Sha de la siguiente manera: durante la revolución en Irán, la más grande revolución de masas en la segunda mitad del siglo pasado, nuestra agencia decidió enviar a un periodista que me dijo "Estoy muy desesperado, es que me quieren mandar a cubrir esta revolución y yo no quiero, no me interesa, tengo miedo". Yo le dije "Si quieres yo puedo ir en tu lugar". "No, no, no creo, no es posible", contestó. Y le dije "Sí. Yo voy con mucho gusto". Entonces fuimos donde el jefe de redacción al que le dije "Mira él no quiere ir, yo si, yo voy inmediatamente". Entonces me fui un año a Irán y así escribí el libro, gracias a este accidente.
El precio de escribir libros
Yo sabía que para poder viajar por el mundo, a países apartados, sin tener dinero, debía pagar con un trabajo duro y difícil, tal vez el peor trabajo del periodismo, el de agencia de prensa. Es para esclavos. Tenía que pagar este precio para luego escribir libros.
A la agencia de prensa hay que enviarle noticias cortas, por aquello de los costos, el tiempo y la competencia. Era un periodismo pobre y formal de no más de 800 palabras.
Y yo viviendo en África, en Asia con esa realidad tan rica, tan colorida, tan diferente a la europea. Tenía que escribir sobre esto, que no cabía en los cables formales de la agencia de prensa, entonces me encerraba en mí cuarto a elaborar notas que se convertirían luego en libros, mientras mis colegas se iban al bar a tomar whisky. Esa fue una satisfacción personal frente al periodismo corriente, que es por definición cortés y no le da cabida para la descripción.
El peso de la palabra
Cada país de América Latina tiene por lo menos un diario serio y en algunos hay buenas revistas semanales, lo que significa que en la mayor parte de estos países el nivel profesional es alto. El otro problema es si esta prensa tiene influencia sobre la situación política. Pero eso no depende de ella sino de la cultura de la sociedad.
Actualmente vivimos un período de banalización de la palabra. La palabra ya no tiene el peso de antes. El problema ahora en la comunicación no es la falta de verdad sino que existen demasiadas cosas.
Todos los años, en otoño, se realiza la Feria Mundial del Libro, en Francfort (Alemania). En esta Feria se presentan más de 600 mil títulos. Si uno la visita durante 5 ó 6 días, no es posible ir a todos las salas a leer títulos. En la época comunista la prensa soviética tenía cuatro páginas y si en ellas aparecía algún artículo crítico, alguien perdía la línea o lo mandaban a un campo de concentración. Cada palabra tenía peso, valor de vida o muerte.
Hoy la gente en Rusia lamenta y llora esos tiempos, porque había sentido al escribir algo. Ahora se puede escribir sobre cualquier cosa, y a nadie le importa. Desde hace 10 años tenemos en Polonia plena libertad, entonces la prensa escribe que este ministro es un coco, es un mentiroso y qué pasa, nada, ese ministro sigue haciendo lo que quiere en su puesto, ya todo es normal y nada cambia.
Un ciudadano llamado periodista
El periodista de hoy está entre dos fuerzas, la del poder que le dice que cuidado, que tenga responsabilidad y la de los jefes que lo presionan para que tenga chivas, si no las tiene lo sacan. Esto ya es normal en toda la prensa. Ya no existen reglas fijas, todo depende de la situación. Yo estoy en contra de esa prensa sensacionalista. Olvidamos que un periodista es un ciudadano del común. Entonces como periodistas debemos tener responsabilidad no solo profesional, sino en sentido ciudadano: ¿es esto bueno para mi ciudad, para mi nación o para mi patria? No en el sentido partidario, sino en el sentido más alto de la responsabilidad.
No podemos olvidar que la situación de un joven periodista que apenas empieza es débil frente a un periodista maduro con cierta posición que se puede permitir mayor libertad de opinión, de comportamiento. En los periódicos las cosas siempre se manejan de diferente maneras, en unos es más grande libertad y en otros es más pequeña. Lo importante en todos los casos es poseer no sólo responsabilidad profesional, sino ciudadana.
Periodista para toda la vida
Todos somos seres humanos y como tal somos diferentes. Igual ocurre en nuestra profesión, unos son mejores que otros. Además, en esto del periodismo contemporáneo mucha gente llega a la profesión para no quedarse toda la vida, si encuentra algo mejor pago en una compañía de carros se va. El periodismo no es solamente una profesión, es una manera de vivir y de pensar. Nosotros decíamos con cierto orgullo que el periodismo era ese algo que íbamos a hacer toda la vida.
Estoy seguro de que esta profesión requiere algo de sentido de misión, de vocación, porque es muy dura y si no se tiene valentía es mejor cambiar de oficio. Cuando me encuentro con estudiantes de primer año de periodismo les digo "si ustedes quieren todavía tiempo, todavía son jóvenes, si pueden hacer algún otro trabajo no hagan nada de esto", porque si no están comprometidos con la profesión, ésta puede convertirse en un quehacer de cosas automáticas. El peligro de esta profesión es la rutina y creer que cuando se aprende algo ya lo sabemos todo. En el mundo de hoy la gente posee conocimiento y educación y si el periodista quiere ser aceptado por la gente debe tener mucho más conocimiento que ellos.
A veces pensamos que el hecho de trabajar en una redacción nos permite todo y eso no es verdad. Trabajar en una redacción no es suficiente, lo importante es entender que si quiere seguir en la profesión se debe estudiar permanentemente y eso es muy duro hoy, porque cada día aparecen nuevos descubrimientos, nuevas ramas de la ciencia, nuevos conceptos de filosofía, de historia, de antropología, de sicología, de miles de cosas.
En la actualidad los éxitos son tan altos que estar en la cumbre es sumamente difícil. Es como en el deporte, donde la lucha es por romper los récord de los otros. Estamos llegando al límite y en ese terreno nos tenemos que mover, aunque ahí sea difícil dar un paso más adelante. En esta profesión obtener algunos logros es sumamente duro, pero es la única guía, no hay otra.
Reportero sin imaginación
Hoy vivimos el fenómeno de la mezcla de géneros, ese debilitamiento de fronteras entre los géneros y las técnicas que podemos tomar de las artes, llamadas collage o ensamblaje. Es necesario romper esas fronteras tradicionales y buscar nuevos métodos, nuevas guías de expresión, nuevas formas para describir este mundo.
Sabemos que no podemos llegar a descripciones plenas, pero tenemos que tratar de aproximarnos. En el nuevo journalism nos damos cuenta de cómo los métodos tradicionales de periodismo no reflejan la riqueza de la situación que se describe. Es entonces cuando tenemos que buscar ayuda en los métodos de la literatura de no ficción para enriquecer nuestro periodismo. Pero no el periodismo diario de acontecimiento, sino periodismo de profundidad. Entonces ese journalism no cabe en la fórmula de la noticia periodística, sino que abarca esa parte del oficio que trata de profundizar en nuestro conocimiento del mundo, para hacerlos más ricos y plenos. Es como el cubismo en la pintura, porque entiende que una forma lleva en sí muchas formas y trata de mostrarla desde varios puntos simultáneamente.
Yo soy un pobre reportero que no tiene desgraciadamente la imaginación de escritor. Si yo la tuviera jamás habría ido a estos terribles lugares en donde estuve. Además creo que si se logra de escribir sobre lo que pasa en el mundo, esto tiene mayor peso que las obras de ficción. Si ustedes leen Le Monde encontrarán en la primera página todos los días la publicidad sobre una nueva novela francesa, entonces tenemos 256 novelas francesas por año. Yo siempre hago este ejercicio, le pregunto a los demás por un título de una novela que tenga en la mente o un escritor importante de novelas francesas hoy. Y nada.