Recientemente son muchos los estudios que discuten acerca de los efectos milagrosos de este componente encontrado, entre otros alimentos, en el pescado azul. Sustrato energético de las neuronas; garante de un saludable sistema cardiovascular; modulador serotonérgico y/o alternativa al Prozac; son sólo algunos de los consecuencias que se le achacan a esta sustancia. Os cuento una anécdota, hace unas semanas expusieron en el espacio “Documentos TV” (un soplo de aire fresco -junto a otras emisiones como “Redes”, “House”; &cétera- en la mísera programación habitual) un documental acerca de los mencionados ácidos grasos. Dicho programa y los resultados espectaculares que se presentaban en el mismo me llevaron a poner en marcha un “informal método científico”; o lo que es lo mismo, hice las veces de cobaya. Me acerqué a un herbolario y me ligué un par de cajas. En concreto, Omega 3 y aceites de salmón. Inicié a probarlos. Tomé una dosis algo más grande que la recomendada y decidí esparcirlas a lo largo del día. Sinceramente, creo que fui víctima de un brutal efecto placebo. Ya sabéis, una sustancia inerte “alterada” por la “pshyque” propia. Otra explicación se me escapa; la psicología tuvo que hacer mella porque los resultados simplemente fueron espectaculares. Para prueba un botón: aquel fin de semana en mí trabajo TODAS las mesas del sábado y el domingo me premiaron con cuantiosas propinas. Mis neuronas trabajaron a una velocidad extraordinaria. Era un híbrido entre Muhammad Alí, Borges y Raúl del Pozo. Mi socia sólo apuntaba: “¿dónde las has comprado?” Mis empleados callaban asustados y, ¿mis clientes? Lo podía ver en sus ojos. Sus pupilas me describían como un locuaz-extrovertido-comunicativo-franco-simpático-activista de juventudes-hippie e inquieto estudiante de Derecho. Y eso que no estudio Derecho. Ni qué decir de mi introversión.
Gol en las Gaunas. Placebo 1- Omega 3
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